sexta-feira, 27 de setembro de 2013

Cada escrita a seu tempo.

Quanto releio os textos deste blog, fortalecem minhas suspeitas de que sempre tive um certo deficit de atenção. Se não for isso, me entristece constatar meu pouco cuidado com as palavras que lanço no mundo. Meu Deus, quantos erros!  O vinho justifica só em parte, pois nem sempre segui a proposta original de escrever acompanhada de uma taça. Quando me deparo com uma frase mal escrita, um palavra errada, corrijo, às vezes, outras, deixo pra lá, avaliando que alguns textos nem merecem muita atenção mesmo. De qualquer modo, fico pensando: que tanta pressa é essa de dizer se, geralmente, só algum tempo depois, consigo identificar os problemas do texto? Percebo que esses erros não passam ao largo do meu conhecimento da língua, é um questão de refletir um pouco mais ou abrir uma nova aba no computador, coisa que raramente faço. Talvez seja uma coisa normal ao universo do blog, dos textos escritos para a internet, esse inacabamento. Como não segue o mesmo o percurso da criação à publicação da escrita impressa, mais lento e que requer vários olhares e etapas, o texto digital já nasce público, sem paciência de esperar na pasta de rascunho, sob risco de ser esquecido ou de se tornar obsoleto. É como se a escrita não tivesse mais a mesma resistência de outrora, pois perdeu, junto com a materialidade, um pouco do seu poder. Por outro lado, pode ser apenas mais um indício de que escrever literatura não seja um projeto para mim, como pretensiosamente pensei um dia. Sinto que me falta aquilo que deve sobrar no escritor de literatura, o jogo erótico com as palavras. Fazê-las dançar de acordo com suas intenções, com suas determinações, com seu desejo, respeitando os mistérios que guardam. Atormenta-me saber que tem gente que faz isso tão bem e não vê como uma grande coisa. Ou que outros não vejam a grande coisa que um sujeito faz quando escreve literatura. Eu apenas reajo ao mundo com as palavras que me estão mais a mão, que bóiam na superfície da memória. Não pesquiso, não consulto dicionários, nem me demoro à espera da palavra certa. E quando arrisco um vocabulário novo, me arrisco simplesmente. Tudo errado. Um bom escritor jamais trataria assim o seu texto. Um dia - e isso tem a ver com o tempo da Tramadaletra - desejei escrever com a paciência de quem faz renda, entrelaçando ponto a ponto as linhas coloridas de sentido e forma. Se me lembrasse de alguma boa metáfora agora, a usaria para me referir a alguém que sabe o tempo da coisas com as quais lida, que sabe esperar, refazer, planejar. Hoje, reconheço que não sei lidar com o tempo das palavras e talvez isso seja uma consequência de não saber lidar com o tempo e ponto. Tenho uma sensação de que estou sempre além ou aquém do agora, na tentativa de recuperar algo que me escapou antes. Isso atrapalha a boa escrita, pois escrever implica a compreensão de que se é quase nada diante do tempo e que ela seria um truque inventado para aprisioná-lo. Eu já me acostumei demais a ter pressa, não dá mais pra tentar me acertar com a espera das horas. Provavelmente, o único modo de não estar em descompasso com o tempo da escrita seria me deixar levar com resignação. Duvido que consiga. Assim, eu, que não sei deixar a palavras amadurecerem mas que tenho a esperança de saber amadurecer com elas, vou, contraditoriamente, silenciando este blog para me dedicar a outros textos. Pode ser que, vez ou outra, publique uma imagem. Quem sabe. Por enquanto, agradeço aos que estiveram por aqui. 
Até.
Giselly

domingo, 9 de junho de 2013

Armando de Freitas Filho

 A felicidade pode ser de carne
 

  A felicidade pode ser de carne
  de pele apenas - corpo sem cara
  nem cabeça, mas com a boca máxima
  e muitos braços, peitos, coxa
  perna musculosa, clavícula
  omoplata, ventre liso esticado
  peludo no lugar certo do sexo
  e mais o cheiro preciso, exasperado
  da axila, virilha, pé
  tudo chegando junto, de uma vez
  ou aos poucos, esquartejado.


Não conhecia o Armando de Freitas Filho. Ele foi destaque da Folha neste domingo, daí fui ver quem era e encontrei alguns poemas belíssimos.

quarta-feira, 8 de maio de 2013

Altazor (Prefácio) - Vicente Huidobro


Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
     Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
     Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.
     Amo la noche, sombrero de todos los días.
     La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
     Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
     Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.
     Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcoiris.
     Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.
     El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.
     Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.
     Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.
     Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.
     Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso, como un ombligo.
     «Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.
     »Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
     »Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo y reconstituido, pero indiscutible.
     »Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.
     »Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).
     »Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca, para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.
     »Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»
     Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.
     Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.
     Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.
     Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:
     «Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.
     »Se debe escribir en una lengua que no sea materna.
     »Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte.
     »Un poema es una cosa que será.
     »Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
     »Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
     »Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
     »Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»
     Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último suspiro.
     Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.
     Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
     »Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?
     »Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.
     »Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.
     »Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.
     »Digo siempre adiós, y me quedo.
     »Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.
     »Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.
     »Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.
     »Ámame.»
     Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.
     Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
     Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda.
     Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.
     Ah, qué hermoso..., qué hermoso.
     Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.
     Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.
     Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.
     De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.
     Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
     La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada.
     Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.
     Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos.
     Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.
     Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.
     Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.
     Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.
     El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrícola.
     Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
     Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.
     El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.
     Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.
     Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.
     Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.
     Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.
     Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.
     La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.
     Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.
     Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.
     Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.
     Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.
     ¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.
     Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.
     Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.
     Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.
     Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.
     ¿Qué esperas?
     Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.
     Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.

terça-feira, 9 de abril de 2013

Listas, literatura e sobressaltos.

Hoje, entrando na Livraria Cultura, corri rápida e despretensiosamente os olhos por sobre a gôndola circular em que se expõem os livros recém-lançados e me deparei, estupefata, com O Livro do Travesseiro de Sei Shônagon. Se algum dos fantasmas que assombram este blog já fuçou todos os seus cômodos, por certo viu que escrevi sobre ele em um dos primeiros posts (Leia aqui) e saberá que é um grande acontecimento encontrar esse livro, dessa maneira.
Trata-se da primeira tradução para o português, realizada pela Editora 34 e, ao que parece, bem séria e caprichada. Este O livro do (e não de) Travesseiro contou com o trabalho de cinco tradutores e traz pequenos textos de uma cortesã e escritora sobre o cotidiano do palácio imperial japonês do séc. X. Finíssima, a coisa.
Sem hesitar, peguei um exemplar, colei-o sobre o peito e andei, um pouco aturdida, alguns metros até encontrar uma cadeira que me permitisse desfrutar com algum conforto desse encontro fortuito com um dos livros dos meus sonhos.


Lá nos idos de 2008, no post a que me referi, explicava que meu interesse pela obra tem a ver com meu gosto por listas, pois  muito dos escritos  de Sei Shonagon são listas poéticas de coisas que ela qualifica como "belas que seduzem", "constrangedoras", "que provocam inveja" etc. Ainda se leem outros textos breves em que opina sobre  fatos, coisas e pessoas, os quais inicia com "Quanto a". Assim, temos textos com títulos como " Quanto a pássaros", "Quanto a montanhas", " Quanto aos tecidos da seda tramada", dentre outros. Esta forma de nomear suas próprias impressões da vida guarda uma delicada beleza, apesar de certa arrogância. O fato é que, não sei precisar por qual dos dois motivos,  as tais listas já me arrebatavam antes mesmo da leitura, só pelas notícias que tinha através do livro A lenda de Murasaki e do filme O livro de cabeceira.
Como dizia, procurei uma cadeira em que poderia ler confortavelmente e me sentei. Nesse momento, aconteceu algo muito interessante. Precisamente em frente à minha posição,vi um livro chamado A Vertigem das Listas, de Umberto Eco. Sem acreditar que o tema de tal obra também eram listas, apesar da obviedade do título, abri-o antes mesmo do livro fetiche que tinha nas mãos. Novo encantamento. Umberto Eco faz uma retrospectiva da história da arte e da literatura através de listas escritas e imagéticas, sendo, estas últimas, obras das artes plásticas que cuidam de enumerar coisas através de imagens para, segundo ele, expressar justamente a infinitude daquilo que se está a mostrar. Uma obra igualmente linda e de erudição para mim ainda inalcançável, por isso nem pensei em comprar.
Das tantas listas deliciosas nas quais estive imersa nesta tarde, destaco três que transcrevo abaixo. As primeiras são da Sei Shônagon e a última (apenas fragmentos) de Roland Barthes, extraída do livro de Eco.


Coisas agora inúteis que fazem lembrar seu passado glorioso

Coisas agora inúteis que fazem lembrar seu passado glorioso. Refinado tatame de bordas trabalhadas que já apresenta fios soltos. Biombo com pintura estilo chinês, escurecido e rasgado em algumas partes. Olhos cansados de um pintor idoso. Peruca de dois metros ou mais que ficou avermelhada. Tecido de seda tramada roxo claro avermelhado que acabou desbotando.
Pessoa decrépita que muito apreciava o jogo amoroso. Residência de bom gosto cujas árvores se incendiaram. O lago continua o mesmo, as plantas aquáticas flutuantes se alastraram.

Coisas que são desdenhadas 

Coisas que são desdenhadas: muros danificados, pessoas conhecidas por seu coração bom demais.



***

Roland Barthes por Roland Barthes (1975)

Gosto de: salada, canela, queijo, pimentões, pasta de amêndoas, cheiro de feno cortado (gostaria que um especialista fabricasse tal perfume), rosas [...], os irmãos Marx, o serrano às sete horas da manhã, saindo de Salamanca etc.
Não gosto de: lulus brancos, mulheres de calças, gerânios, morangos, cravos, Miró, tautologias, desenhos animados [...], as cenas, as iniciativas, a fidelidade, a espontaneidade, as noitadas com gente que não conheço etc.
Gosto, não gosto: isso não tem importância alguma para ninguém e, aparentemente, não tem sentido. No entanto, tudo isso quer dizer: meu corpo não é igual ao seu. Assim, nessa espuma anárquica de gostos e desgostos, espécie de picadinho distraído, desenha-se pouco a pouco a figura de um enigma corporal atraindo cumplicidade ou irritação. Aqui começa a intimidação do corpo, que obriga o outro a me suportar liberalmente, a ficar silencioso e cortês diante de gozos ou recusas que não partilha. (Uma mosca me irrita, eu a mato: a gente mata o que nos incomoda. Se eu não tivesse matado a mosca, teria sido por puro liberalismo: sou liberal para não ser assassino.)


Eu, que sou das listas, tento achar alguma poesia nelas. Não me agrada apenas suportar o que, de ordinário da vida, elas refletem. Por isso, esses textos.

domingo, 31 de março de 2013

O salto (ou A queda).

De uma hora para outra
de um segundo para outro
de um centésimo de segundo para outro
O equilibrista decide e salta.

Equilibrou-se por tantos passos
Cada um delicadamente calculado
Cuidadosamente desmedido
Por querer tanto andar
Por sobre
Por entre
Sem medo
Sem chão.


E o equilibrista salta.
Aprecia sua queda
Sua vertiginosa descida
para o
agora.

Era um equilibrista sem depois.


sábado, 23 de março de 2013

Agora dei pra emprestar posts de outros lugares. Este é do blog O Transatlântico, da Bravo Online, pelo Paulo Nogueira. Muitas dicas e um texto prazeroso demais, porque soma inteligência, humor e ótima escrita. É o velho tema das cartas de amor que, volta e meia, me interessa. Engraçado como escritores tão honoráveis parecem tão bobinhos e fragilizados diante do amor. Exceto o Joyce que era um safado. Mas como diria o Bob Dylan, citado pelo próprio Paulo Nogueira em outro post ótimo sobre os filósofos e suas paixões, "Não dá para estar apaixonado e ser sábio ao mesmo tempo".



QUERIDO LEITOR/A

Com os emails, hoje as cartas são uma espécie em extinção, mamutes verbais. Na Viena de Freud ou na Londres de Virginia Woolf, o correio passava até quatro vezes por dia! Um remetente que enviava uma carta de manhã podia ter a expectativa de receber a resposta na tarde do mesmo dia.
Bidu: os escritores escreviam cartas febrilmente, incluindo cartas de amor, algumas tórridas – os autores tendem a ser mais desbocados e regateiros que o comum dos mortais, talvez por se excitarem mais facilmente com o feitiço das palavras. Eu sou um aficionado das cartas – há certas coisas que não pega bem pedir pessoalmente. Dinheiro, por exemplo.
O que é que torna uma carta de amor extraordinária? Canja: a excelência literária, que canaliza a emoção amorosa de modo arrebatador. Acabo de ler The 50 Greatest Love Letters of All Time, com excertos da correspondência galante de Hemingway, Frida Kahlo, Kafka e Mozart, entre outros. Antes, já tinha lido uma antologia de cartas apaixonadas, selecionadas pela escritora espanhola Rosa Montero – emprestei o livro à minha amiga Inês Pedrosa e ela nunca mais me devolveu (tudo bem, também tenho uns reféns que ela me cedeu). Uma vez entrei numa livraria e perguntei se tinham a obra Cartas de Amor de Abelardo e Heloísa(uma correspondência bacana mas funesta, já que acabou com o pobre filósofo escolástico castrado e a donzela confinada num convento). Responderam-me: “Não, mas temos Como Escrever Cartas de Amor. “ Ora, querem ensinar o Padre-Nosso ao vigário? Claro que mandei o vendedor catar coquinho. Na mesma livraria, que ficava na Avenida Paulista, quando perguntei por Raízes do Brasil, o clássico da historiografia de Sérgio Buarque de Holanda, me aconselharam a seção de Botânica. Pode?
Com vocês, nove exemplos de correspondência amorosa de escritores.

(Virginia e Vita: olhos nos olhos)
1) De: Virginia Woolf. Para: Vita Sackville West – Virginia Woolf, casada com Leonard Woolf, apaixonou-se perdidamente pela poeta Vita Sackville West. Esta tinha o casamento perfeito: ela era sapato e o marido dela, gaysérrimo. O protagonista sexualmente camaleônico do romance Orlando é baseado em Vita. O filho da poeta descreveu aquele livro como “a mais longa carta de amor da história da literatura.”
Em 1927, Virginia escreveu à amada: “Escuta aqui, Vita. Jogue fora seu homem, e iremos passear por Hampton Court e jantar juntas às margens do rio e vaguear pelo jardim enluarado e voltar para casa só de madrugada e beber uma garrafa de vinho pelo gargalo e ficar bêbadas, e lhe contarei tudo o que tenho na cabeça, milhões, miríades. Pense nisso. Repito: jogue fora seu homem e venha.

(Milena: um amor kafkiano)
2) De Franz Kafka para Milena Jesenska. Arriando os quatro pneus com o fulgor da escrita de Kafka, Milena – jornalista e escritora – envia-lhe uma carta, pedindo autorização para traduzir do alemão para o checo algumas obras do autor. Em 1920, sairá, na revista Kmen, a tradução do fragmento O Foguista (a primeira de Kafka). Este contacto marca o início de uma longa correspondência entre ambos. O tom casto e profissional das primeiras cartas de Milena, que Kafka recebe no Tirol, onde se encontrava em tratamento da tuberculose que o matará, transforma-se gradualmente numa relação epistolar incandescente que durará cerca de dois anos. Milena morrerá num campo de concentração nazista.
Encontraram-se pessoalmente apenas duas vezes. Kafka teria terminado a relação porque Milena era incapaz de dar um pé na bunda do seu maridão, que desprezava mas não largava. No entanto, a paixão foi mútua e profunda – antes de morrer, foi a ela que o escritor confiou os seus Diários. Nas cartas de Kafka, a volúpia é transmitida por metáforas – e, proverbialmente, o sonho erótico lembra um pouco um pesadelo.
Ontem à noite sonhei contigo. Tudo o que me lembro era que estávamos sempre nos fundindo um no outro. Eu era você, você era eu. De súbito, você pegou fogo. Ocorrendo-me que as chamas podem ser extintas com panos, peguei um casaco velho e bati com ele em você. Mas houve outra metamorfose e você já nem estava mais lá. Era eu que ardia, e era também eu que açoitava as chamas com o casaco. Mas aquilo não adiantou e só confirmou o meu velho receio de que não era assim que se extingue o fogo. Enquanto isso, chegaram os bombeiros e você foi salva. Mas estava diferente, espectral, como se desenhada com giz. E você tombou inanimada nos meus braços, talvez apenas aliviada por estar viva. Mas eis de novo a incerteza da metamorfose: talvez tenha sido eu que caí nos braços de outra pessoa.”

(Oscar e Bosie)
De Oscar Wilde para Lord Alfred Douglas – Por causa da sua relação com Bosie, Wilde foi condenado a dois anos de trabalhos forçados na prisão de Reading, donde saiu um bagaço. Confiante na sua lábia demoníaca, Oscar processou o pai do namorado, o marquês de Queensberry (que codificou as regras do boxe!) – mas acabou pagando o mico. O escritor morreu na rua da amargura, numa pulgueiro parisiense – ainda assim, suas últimas palavras foram: “Morro como vivi: acima das minhas posses.” Defendeu até o fim “o amor que não ousa dizer o seunome.” Já Alfred Douglas arregou: repudiou qualquer ligação com Oscar (“Quem?”), casou e teve filhos. O excerto seguinte, comedido pelos padrões contemporâneos, foi usado como prova contra Wilde na acusação de obscenidade.
Meu querido rapaz: seu soneto é adorável. Que maravilha que seus lábios rosados tenham sido feitos não apenas para a loucura da música como também para o desvario dos beijos. Sei que você, na Grécia Antiga, foi Jacinto, por quem Apolo se apaixonou desvairadamente. Por que você ainda está sozinho aí em Londres? Venha me visitar…. Sempre seu, com amor eterno, Oscar. 

(Louise: Madame Bovary era ela, não ele)
De: Gustave Flaubert para Louise Colet (1846) – Louise foi o único grande relacionamento amoroso da vida de Flaubert . Com o fim da ligação de oito anos, ele se restringiu à amizade com outros escritores, e morreu solteiro. Ela era casada, e muito provavelmente foi o modelo para Madame Bovary.
“Da próxima vez que estivermos juntos, lhe cobrirei de amor, com carinho, com êxtase. Quero consumir-lhe com todas as alegrias da carne, até que você definhe e morra. Quero arrebatar-lhe, até que confesse que nunca sonhou com tais delírios… Quando for velha, quero que recorde essas breves horas e que estremeça de alegria sempre que pensar nelas…

(Raridade: James Joyce filmado)
De James Joyce para Nora Barnacle, 1909 – O amor é cego: Nora, camareira de um hotel de Dublin, parecia o xodó mais improvável para Jim, um dos escritores mais geniais e eruditos (sabia 12 idiomas na ponta da língua) da história. 16 de Junho, o dia em que se desenrolam as 24 horas do Ulisses, foi o dia em que os dois saíram juntos pela primeira vez (e partiram logo para o bem bom). Muito mais tarde, ela fungaria para o marido, um escritor de obras abstrusas: “Caraca, por que você não escreve livros que as pessoas possam ler?
Joyce foi o rei das cartas de amor obscenas, e era chegado numa flatulência. (Atenção, leitor: as linhas seguintes podem ferir sua sensibilidade delicada. Este alerta é sério.) “Minha doce putinha, fiz como você sugeriu, minha garotinha porca, e bati duas enquanto lia sua carta. Adorei recordar que você gosta de ser comida por trás. Aliás, me lembrei daquela noite em que fodemos assim. Foi a trepada mais devassa que já dei com você, querida. Vendo sua cara corada e seus olhos alucinados. Sua língua serpenteando pelos seus lábios, e seus peidos depois das minhas estocadas mais vigorosas. Que você nunca pare de peidar, nem eu de sentir seu cheiro. Boa noite, minha pequena peidorreira, minha querida fodilhona. Escreva-me mais, para que eu possa bater outras, minha doce porquinha.”

(Vídeo rapidinho sobre Papa, com imagens de Mary Welsh)
De Ernest Hemingway para Mary Welsh (1945). Pombas , quem diria que Hemingway, protótipo do macho alfa, escreveria cartas tão líricas e românticas para sua quarta e última mulher? Incluindo apelidos fofinhos, como “Picles”? Quase uma espécie de Wando sem a cafonália!
Adorada Picles. Vou sair agora de barco e na volta verificarei se chegou alguma carta sua. Tomara que sim. Se não houver nenhuma, ficarei indescritivelmente triste. E terei de confiar na manhã seguinte, para conseguir sobreviver à noite. Por favor, me escreva. É um suplício estar sem você. Estou aguentando, mas sinto tanto sua falta que acho que vou morrer. Se lhe acontecesse alguma coisa, eu morreria – do mesmo modo que os animais nos Zoológicos morrem quando acontece alguma coisas às suas parceiras. Não, minha adorada Mary, não estou impaciente. Só estou desesperado.

(Zelda e Scott: fotogênicos)
De Scott Fitzgerald para Zelda Zayre – Eles foram o casal mais lendário dos anos 20 – entronizaram tanto a Era do Jazz quanto a Riviera Francesa. Mas o sonho dourado acabou mal e porcamente, em alcoolismo e esquizofrenia, infidelidade e ciúmes. Belos e malditos. Como observou o escritor Ring Lardner, amigo do casal, “Scott era um romancista, e Zelda era um romance.
Os biógrafos geralmente tomaram partido. Uns, perfilhando a opinião de Hemingway, de que ela foi uma maluquete que minou a autoconfiança artística e emocional dele. Outros, encarando Scott como um sacana que levou Zelda à loucura e impediu que ela tivesse uma carreira literária própria. É verdade que quando Zelda terminou seu romance Save me The Waltz, debruçado sobre o mesmo tema que Scott abordaria em Suave É A Noite, ele ficou fulo da vida. Escreveu colericamente para seu editor, a quem Zelda enviara o manuscrito, exigindo que o livro não fosse publicado. Apesar disso, os biógrafos mais recentes ponderam que ambos foram vítimas de um sistema social que castigava as mulheres criativas, especialmente aquelas que fossem casadas com homens criativos.
O fato é que Zelda escrevia bem à beça, e que Scott escreveu talvez o melhor romance americano de todos os tempos, O Grande Gatsby. Como ela anotou uma vez: “Estou tão cheia de confete que posso dar à luz bonecas de papel.” 
Ele morreu em 1941, com o fígado pior que o de Prometeu. Ela, em 1948, quando o manicômio onde estava confinada ardeu. Ambos estão enterrados lado a lado, no cemitério de Rockville, Maryland. O epitáfio da sepultura cita a plangente última linha de O Grande Gatsby: “E assim prosseguimos, botes contra a corrente, impelidos incessantemente para o passado.
Na primeira carta que Fitzgerald escreveu à então namorada, ele apontou profética e tragicamente: “Sempre me interroguei por que costumavam encerrar princesas nas torres dos castelos. Agora descobri o motivo.

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2 Respostas para QUERIDO LEITOR/A

terça-feira, 5 de março de 2013

Como se fosse fácil!

Há mais ou menos duas semanas, lendo os comentários dos leitores do Calligaris, fui surpreendida pela crítica de um deles que reclamava do fato de o colunista abordar um tema (salvo engano, era "regras de etiqueta") a partir de livros e filmes, e que isto era recorrer a 'muletas' por faltar-lhe recursos de escrita e assunto. Eu, de cá, reconheci de imediato minha escrita manca, pois, na maioria das vezes, é  esse tipo de coisa sem grande importância que me provoca a escrever. Ademais, são-me indispensáveis as leituras que faço para então arriscar uma resposta ao mundo. A verdade é que sem a experiência da arte, não conseguiria interpretar a vida ou falar sobre ela. Mas ainda há outros motivos. Escrevo sobre assuntos assim mais distanciados por causa de uma certa reserva e também por uma total falta de interesse literário  pela minha própria vida.  De todo jeito,  assumo também que sofro sim, sofro, de uma falta de assunto crônica.
A não ser em situações em que a vida sai do prumo, períodos que me rendem uma poesia de literariedade rarefeita, lacônica e sem qualidade alguma, estou sempre a falar de livros, filmes e de um passado remoto.
Hoje, algo me provoca a falar de coisas mais urgentes, ainda que imprecisas.Venho comentar com alguma reflexão o uso frequente que tenho feito da expressão: "Como se fosse fácil..."
Em diferentes entoações, com pausas e timbres que variam conforme a preguiça, impotência, desconfiança, egoismo, falta de fé... A razão desta expressão que se repete, sem dizer sempre o mesmo, é que tenho achado tudo muito difícil de realizar,enquanto  as pessoas ao meu redor estão sempre muito dispostas a falar de soluções para os dilemas humanos de uma forma que, tenho a impressão, não estão de fato a considerar que somos apenas isto, humanos.
Pra mim não é fácil dizer não nem sim; não é fácil fazer o que não gosto nem lutar pelo que gosto; não é fácil esquecer o que me magoou nem lembrar do que magoou demais; não é fácil passar por cima dos obstáculos impostos pelo sadismo social dos outros, muito menos responder a eles a altura (e isto inclui toda classe de problemas contemporâneos em relação ao trabalho, ao corpo e ao espírito). Pois. O problema é que tem sido fácil demais encontrar conselhos gratuitos e em profusão e, às vezes, me pego nessa armadilha de me cobrar atitudes que me levariam direto pra saída. Como se fosse fácil...
Felizmente, sempre tem gente andando na contra-mão. E uma amiga, a quem admiro pela agudeza de sua percepção, postou no Facebook, ontem, acho, uma frase do Itamar Assunção que me diz muito: "Não há saídas/ Só ruas viadutos e avenidas."
Desconfio, como o Negro Dito, que não há libertação, só os desvios que construímos. Volta que damos para ver a coisa de outra posição. Entre vacilos, movimentos em falso, a esmo ou calculados,  vamos acreditando num ponto de chegada. Mas é nesse "acreditando" aí, nesse gerúndio, que vamos saindo, porém sem chegar a lugar algum.
Lamento se não fui muito além do que costumo. Ainda estou tentando escrever sem citar, sem recorrer a outras leituras, sem me expor demais e, ainda assim, escrever... Como se fosse possível...


domingo, 17 de fevereiro de 2013

Com vontade de saber o que a literatura digital tem a oferecer por aí, andei pesquisando os livros gratuitos do Amazon e acabei baixando um livro surpreendente: Cartas D'amor de Eça de Queiroz. A breve história de uma paixão de um homem por uma  mulher que, na minha opinião, vale a leitura pela última carta, quando este homem descobre que a paixão acabou e termina tudo.  Uma verdadeira aula de como terminar uma história de amor, se é que essas histórias acabam por vontade.
A verdade é que adoro cartas! De amor, então...
É engraçado falar disso em tempos de Facebook, mas eu namorei via correio analógico (... e telefonemas, claro!) um ano e meio antes de me casar. Assim, não há como negar que tenho rabo preso com a questão.

Deixo aqui, então, duas dicas: Griffin e Sabine (veja o vídeo), uma trilogia ilustrada e construída através de cartas e postais trocados entre dois personagens envolvidos em um mistério (de amor?) e as Cartas D'Amor de que falei. Esta última fácil de baixar, mas o primeiro está esgotado. Quem souber como adquirir me fale que também quero.

domingo, 10 de fevereiro de 2013

Ma ternidade.

Uma palavra se parte.
Assombro!
Valha-me alguma senhora!
Seja capaz de emendá-la,
peço! Imploro!
Não vê meu desespero?
Não vê?
Eu andava tão ajeitadinha, montada na tal palavra.
Costurei tantos dias sobre a barriga.
E depois sobre o berço e os deveres de casa.
Criei peito e leite. Amaciei os braços. Orei as noites.
Agora nada disso serve de cola, de alinhavo.
Algo que está além das portas de minha casa
quebrou a palavra, azedou meu leite e me deixou cair os braços.
Algo urdido pelo tempo, esse terrível inimigo.
Um sentido novo, um novo rumo para isso eu quero!
Só não me deixe a palavra partida!